SÁBADO SANTO
Cristo yace en el sepulcro y la Iglesia medita, admirada, lo que ha hecho por nosotros. Hay que guardar silencio para aprender del Maestro, al contemplar su cuerpo destrozado. Cada uno de nosotros debe considerarse responsable de esa muerte.
El Sábado Santo NO es una jornada triste. El Señor ha vencido al mal y al pecado, y dentro de pocas horas vencerá también a la muerte con su gloriosa Resurrección. Nos ha reconciliado con el Padre Celestial. A la hora de la desbandada general, cuando todo el mundo se ha sentido con derecho a insultar, reírse y mofarse de Jesús, Nicodemo y José de Arimatea van donde Pilatos a decirle: “Danos ese cuerpo, que nos pertenece”.
Pidamos al Señor que nos transmita la eficacia salvadora de su pasión y de su muerte, que es la redención. El Sábado de Gloria se celebra la vuelta del Espíritu de Cristo al Reino de Dios.
Señor, en este día sólo hay soledad y vacío, ausencia y silencio: una tumba, un cuerpo sin vida y la oscuridad de la noche. Ni siquiera Tú eres ya visible: ni una Palabra, ni un respiro. Estás haciendo Shabbát, reposo absoluto. ¿Dónde te encontraré ahora que te he perdido?
Voy a seguir a las mujeres, me sentaré también junto a ellas, en silencio, para preparar los aromas del amor. De mi corazón, Señor, extraeré las fragancias más dulces, las más preciosas, como hace la mujer, que rompe, por amor, el vaso de alabastro y esparce su perfume.
Y llamaré al Espíritu, con las palabras de la esposa repitiendo: “¡Despierta, viento del norte, ven, viento del sur! ¡Soplad sobre mi jardín ¡ (Ct. 4,16)
Voy a seguir a las mujeres, me sentaré también junto a ellas, en silencio, para preparar los aromas del amor. De mi corazón, Señor, extraeré las fragancias más dulces, las más preciosas, como hace la mujer, que rompe, por amor, el vaso de alabastro y esparce su perfume.
Y llamaré al Espíritu, con las palabras de la esposa repitiendo: “¡Despierta, viento del norte, ven, viento del sur! ¡Soplad sobre mi jardín ¡ (Ct. 4,16)
“Ya comenzaba la luz del Sábado.” (Lc. 23,50-56). Este Evangelio nos coloca en ese momento tan particular que se da entre la noche, la oscuridad, y el nuevo día, con su luz. El verbo griego usado por Lucas parece describir de modo concreto el movimiento de este Sábado santo, que poco a poco emerge lentamente de la oscuridad y sale y crece por encima de la luz. Y en este movimiento de resurrección también participamos nosotros, que nos acercamos con fe a esta Escritura. Pero es necesario escoger: permanecer en la muerte, en la Parasceve, que sólo es “preparación” y no cumplimiento, o aceptar el entrar, ir hacia la luz. Como dice el mismo Señor: “¡Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz!” (Ef 5,14), usando el mismo verbo.
REFLEXIÓN PERSONAL
*¿Dónde estoy yo hoy?¿ Me mantengo, quizá, aún lejos y no quiero acercarme a Jesús, no quiero ir a buscarlo, no quiero esperarle?
*¿Cuáles son mis movimientos interiores, cuáles son las actitudes de mi corazón? ¿Quiero seguir a las mujeres, entrar en la noche y en la muerte, en la ausencia, en el vacío?
*¿Se abren mis ojos para mirar atentos el lugar de la sepultura, a las piedras talladas, que ocultan al Señor Jesús? Quiero hacer una experiencia de contemplación, es decir, ver las cosas con un poco más de profundidad, más allá de la superficie? ¿Creo en la presencia del Señor, más fuerte que la de la tumba y de la piedra?
*¿Acepto regresar, también yo, junto con las mujeres? Es decir, ¿de hacer un camino de conversión, de cambio?
*¿Se da en mi un espacio para el silencio, para la atención del corazón, que sabe mezclar los aromas justos, los ingredientes mejores para la vida, para el don de mí mismo, para la apertura a Dios?
*¿Siento nacer dentro de mí el deseo de anunciar la resurrección, la vida nueva de Cristo alrededor de mí? ¿Estoy también yo, al menos un poco, como las mujeres del Evangelio, que repiten la invitación al Esposo: “¡Levántate!”?
Texto extraído de la página del Centro de Espiritualidad Carmelita
https://www.facebook.com/centrodeespiritualidad.carmelita/posts/586493868124264
*¿Dónde estoy yo hoy?¿ Me mantengo, quizá, aún lejos y no quiero acercarme a Jesús, no quiero ir a buscarlo, no quiero esperarle?
*¿Cuáles son mis movimientos interiores, cuáles son las actitudes de mi corazón? ¿Quiero seguir a las mujeres, entrar en la noche y en la muerte, en la ausencia, en el vacío?
*¿Se abren mis ojos para mirar atentos el lugar de la sepultura, a las piedras talladas, que ocultan al Señor Jesús? Quiero hacer una experiencia de contemplación, es decir, ver las cosas con un poco más de profundidad, más allá de la superficie? ¿Creo en la presencia del Señor, más fuerte que la de la tumba y de la piedra?
*¿Acepto regresar, también yo, junto con las mujeres? Es decir, ¿de hacer un camino de conversión, de cambio?
*¿Se da en mi un espacio para el silencio, para la atención del corazón, que sabe mezclar los aromas justos, los ingredientes mejores para la vida, para el don de mí mismo, para la apertura a Dios?
*¿Siento nacer dentro de mí el deseo de anunciar la resurrección, la vida nueva de Cristo alrededor de mí? ¿Estoy también yo, al menos un poco, como las mujeres del Evangelio, que repiten la invitación al Esposo: “¡Levántate!”?
Texto extraído de la página del Centro de Espiritualidad Carmelita
https://www.facebook.com/centrodeespiritualidad.carmelita/posts/586493868124264
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